Habían necesitado sabiduría y valor para recomponer sus vidas, para hacer acopio de la valentía necesaria para
alargar la mano y aferrarse al otro. Habría sido mucho más sencillo no intentarlo siquiera, salir huyendo y
esconderse para proteger las viejas heridas. Pero
en cambio ellos se habían lanzado, habían bailado, habían avanzado por la oscuridad y el frío, desafiado a los demonios, afrontando los terrores, siempre negándose a huir. Era más que un acto de amor lo que celebraban ese día; era un acto de coraje, de fe, de esperanza. Todos los fragmentos se habían unido, los finísimos hilos, tan sueltos al principio, se entretejían ahora en el telar de su nueva vida. Habían tomado la decisión de no sucumbir a la muerte, de
abrazar la vida, una elección difícil sin duda.
Habían caminado por la cuerda floja en precario equilibrio para llegar a la seguridad del otro
hasta atracar en puerto seguro y escapar por fin de las tormentas.